martes, 14 de abril de 2009

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Nuestra opinion al respesto

En síntesis lo que resulta de esta disquisición es que no existe justificación moral alguna para el aborto directo, ni siquiera en su variedad terapéutica. En efecto, el hombre no tiene derecho alguno de proceder a la muerte directa de los inocentes y, si hay siquiera inocente alguno, éste es indudablemente el niño nonato. La única forma de defensa que les queda aquellos que siguen queriendo sostener la moralidad del aborto, está en establecer de algún modo que el feto no es una persona humana y no tiene, por consiguiente, derecho a la vida, o demostrar que el feto es realmente un agresor inconsciente contra la madre y pierde, en esta forma, su derecho a la vida. Hasta el presente esto no se ha conseguido, pero no hay razón alguna, en cuya virtud de pensadores no debiera seguir estudiando el caso.

Otra interrogante se plantea en relación con el control del aborto por la ley civil. No compete al estado regular la vida privada entera de los ciudadanos. Muchas prácticas inmorales han de tolerarse, especialmente en una sociedad pluralística, en la que se le da a la conciencia individual tanta rienda suelta como es compatible con el bien público. Es el caso, sin embargo, que el aborto interesa a alguien otro aparte de la madre, el padre y el médico. La conspiración de esto para ejecutar al niño podrá constituir una cuestión privada suya, pero corresponde al estado salir en defensa de la víctima inocente. Las corrientes actuales para liberalizar e incluso abolir las leyes relativas al aborto pasan totalmente por alto al derecho a la vida de un niño nonato existente, cualesquiera que sean las circunstancias bajo las cuales la vida empezó, así como su derecho a la protección por parte del estado contra aquellos que quisieran destruir su vida. Sin embargo, es aquí donde una parte importante de la población está convencida de lo contrario y cree que el niño nonato no es todavía una persona humana con derecho a la vida, y cabe preguntarse pues, si el estado no debería intervenir por medio de la ley pública, o si, por el contrario, debería confiar la vida del niño a la conciencia de los padres. Prácticamente, esto último es lo que el estado debe hacer de todos modos, puesto que no puede controlar el aborto ilegal. Por otra parte, la legalización podría considerarse como autorización y estimular así la matanza de los inocentes.

Arguementos en contra del aborto


Ya hemos dado los argumentos a favor del aborto, ahora daremos los arguemntos en contra

1). Todas las pruebas biológicas confirman el hecho de que el feto humano es sencillamente humano. El huevo fecundado tiene el patrón de los cromosomas humanos, que contiene todos los factores hereditarios, y no puede desarrollarse como algo que no sea un ser humano. Además, los biólogos atestiguan unánimemente que la vida fetal es distinta de la vida de la madre, pese a que los dos estén unidos durante el período de gestación. Así, pues, toda analogía con la extirpación quirúrgica de tumores o con la muerte de animales es inaplicable al caso del aborto.

2). Aristóteles creía que el embrión no se hace humano después de la concepción, y tal vez sea por esto que no viera mal alguno en el aborto temprano. Santo Tomas aceptó la opinión de Aristóteles como una teoría física probable, pero no sacaba de ella conclusión
ética alguna. No sabemos ni sabremos probablemente nunca el momento exacto en que el alma humana entra en el cuerpo para convertirlo en un ser humano, y es por esto que, para todos los fines prácticos, debemos considerarlo como humano desde el momento de la concepción. No debemos servirnos aquí del probabilismo, porque no hay duda alguna acerca de una ley o una obligación, sino solamente acerca de una cuestión de hecho. De igual modo que no enterremos a un individuo si sólo está probablemente muerto, así tampoco podemos matar un feto si sólo es probablemente no humano. En semejantes cuestiones debe seguirse el curso moralmente más seguro que es el tratar al embrión como un ser humano vivo.

3). Si pudiéramos demostrar que el feto, aunque humano en algún sentido, no es todavía una persona, no tendría derecho alguno de vivir y podría ser matado como un animal. Pero ¿qué criterio habremos de adoptar con relación a la personalidad? Si adoptamos para ello el empleo real de la inteligencia y la libertad, podríamos matar a los niños durante algunos años después del nacimiento. El que el niño esté dentro o fuera de la madre no es más que una diferencia física y local que difícilmente puede constituir la esencia de la personalidad. La única forma de tratar esta cuestión consiste en considerar el embrión o feto humano como una persona humana con todos los derechos, incluido el de la vida, que acompañan la personalidad. En esta manera de ver, el niño no es una persona en potencia, sino una persona actual, aunque el pleno uso de su personalidad deba esperar a que alcance gradualmente su plena madurez.

4). Todos los seres humanos son iguales en cuanto a su derecho a la vida, y la edad no confiere prioridad alguna. Si sólo se trata de permitir indirectamente la muerte de uno u otro, debería escogerse a aquel que tiene la mejor probabilidad de sobrevivir. Pero una colisión de derechos no puede decidirse, con todo, dando muerte a una persona inocente, que no ha hecho más que perder su derecho a la vida. En tal caso, el derecho de cada uno, cede al deber de cada uno, y ni uno ni otro han de matarse. La madre no puede matar a ninguno de sus hijos nacidos para descargarse de sus diversas responsabilidades; ¿por qué, pues, debería poder hacerlo con el nonato?

5). Parece absurdo considerar a un niño nonato como un agresor contra sus padres, quienes por su propio acto voluntario causaron su presencia en a matriz materna. La agresión no consiste en estar simplemente presente, sino en hacer algo. Debe haber para ello un verdadero ataque. Si el embarazo no se desarrolla normalmente, esto es uno de aquellos accidentes que no son culpa de nadie, y con seguridad no más del niño que de los padres. El punto de vista de la salud mental es distinto. Aquí, en efecto, la madre es la que necesita tratamiento, y el matar al niño no constituye una solución moral, como no la constituiría matar a los perseguidores imaginarios como remedio para la paranoia.

6). Ningún moralista desea que los médicos sean remisos en su deber profesional de salvar vidas humanas. Han de servirse de todos los medios legítimos, pero no deben recurrir a medios que son moralmente malos. Los médicos no tienen más derecho que otra persona cualquiera para dar la muerte a seres inocentes. El hecho de que el niño nonato no pueda defenderse a sí mismo no significa que su derecho pude ser violado a voluntad de cualquiera. La protección del derecho del niño a la vida no es legalismo, sino el empleo correcto de la ley. El que la necesidad no reconozca ley podrá constituir un proverbio popular, pero no posee fuerza alguna como guía moral, ya que siempre cabría inventar alguna forma de necesidad para justificar lo que fuera.

7). todo el mundo reconoce la importancia del cariño en la vida del niño, pero ¿diremos acaso que, si el niño no es querido, lo que habrá que hacer es matarlo? Pongamos más bien la culpa del hecho de que el niño no sea deseado sobre aquellos a quienes corresponde, esto es, a aquellos que lo concibieron. En efecto, al hacer lo que hicieron, se expusieron al riesgo de la concepción y son responsables del resultado. Tanto si pueden aprender como no a experimentar cariño emocional hacia el niño, tiene la obligación de cuidar de él y de mostrarle todo el cariño que puedan. Incluso un niño no querido preferiría vivir a ser matado. ¿Quién tiene el derecho de adoptar aquí la decisión por él antes de que nazca?

8.) La palabra indiscreción constituye un eufemismo para disimular una falta moral cometida, voluntaria por ambas partes, excepto en el caso de violación. El que las mujeres sean responsables de lo que hacen no constituye en modo alguno una invención masculina, como no lo constituye una estructura biológica que hace que sea la mujer quien dé a luz al niño. El que un hombre pueda ser lo bastante cobarde para abandonar a la mujer de la que ha abusado, esto constituye el crimen moral del hombre. El aborto es la forma más difícil que tiene la mujer para buscar igualdad en la iniquidad. Un segundo mal no es el medio de corregir el primero.

9). Todos nosotros estamos percatados del problema de la población y sabemos que debe hacerse algo al respecto. Pero, cualquiera que sea la solución a la que lleguemos, si se llega a alguna, habrá de concordar con la moralidad. El aborto generalizado no constituye la respuesta. El aborto obligatorio constituye una violación tan flagrante de los derechos humanos, que cualquier pueblo tendría el derecho de oponérsele con la violencia. Necesitamos una ética global, pero si ésta consiste en la inmoralidad global, entonces no queda ética alguna.

lunes, 13 de abril de 2009

Argumentos a favor del aborto


Si bien, el aborto es un tema que genera polémicas, hay voces que le dan su total apoyo al aborto. Algunos de los argumentos mas usados son:

1) En caso de violacion es inhumano, permitir que una mujer tenga a "el producto de una violacion"

2) Uno no es conciente de su propia muerte, por lo cual no es cruel que el feto sea exterminado

3) El feto no ha salido fuera del vientre, por lo cual hasta el momento no esta vivo y/o conscinte de lo que ocurre a su alrededor

4) La mujer tiene el derecho y la libertas de elegir sobre su propio cuerpo

5) En caso de que el niño este enfermo, es necessario eliminarlo para que posterior al nacimiento no sufra.

6) Si el feto tuviera derecho a la vida, sólo él podría decidir acerca de su existencia, por lo que la sociedad no podría decidir por él a no ser que supiéramos su voluntad.

7) El feto humano es un animal irracional- en acto- como otro cualquiera, por lo que no puede desear ni la vida ni la muerte. El deseo que pueda tener un feto humano de vivir es menor, incluso, que el que pueda tener un insecto.

8) No hay ninguna justificación para conceder más importancia a un feto humano que a cualquier animal irracional, por lo que la muerte de cualquier animal del que nos alimentamos deberá considerarse de la misma manera que la muerte de un feto humano.

9) La importancia de las cosas y de la vida no depende de ningún valor intrínseco, ya que no existen valores intrínsecos, sino que el valor depende de la subjetividad del que valora lo que es valorado. Así, pues, el valor que se le da a la vida de cualquier ser vivo depende de factores culturales completamente subjetivos que pueden ir cambiando según cambie la mentalidad y el contexto cultural e histórico.

10) El valor subjetivo que se da a la vida –sea ésta animal o humana- no implica ninguna merma de la dignidad, la cual es independiente del valor. Así, pues, un ser sintiente puede tener mucha dignidad y no ser valorado. Dicho de otra manera: que un ser no sea valorado por nadie no significa que no posea dignidad.

11). Hablar del aborto como un asesinato es absurdo, porque el feto humano no es un ser humano. En efecto, o es parte de la madre, susceptible de ser tratado como cualquier otro apéndice, o es un ser vivo separado, dentro de la madre, pero que no ha llegado todavía a la condición humana. En el primer caso se lo puede eliminar del cuerpo de la madre como una excrescencia indeseable. En el segundo caso, se lo puede sacar de un medio exactamente por la misma razón por la que matamos animales u otras formas de vida subhumanas.

12). El que el feto sea o no un ser humano, esto es una cuestión que nadie puede decidir, puesto que no puede darse prueba experimental alguna del momento en que recibe un alma humana. Muchos modernos dicen que es en el momento de la concepción, pero una teoría antigua y medieval honorable decía que unas semanas más tarde. Puesto que no puede darse certidumbre alguna al respecto, hemos de recurrir a las probabilidades. Podemos actuar, por consiguiente, con fundamento en la probabilidad de que el feto no es un humano y terminar, por una buena razón, el embarazo.

13). Incluso si el feto, debido a la continuidad biológica y a la herencia cromosomática, se considera no meramente como un ser humano potencial, sino actual, aun así no se ha convertido todavía en persona humana. Y únicamente la persona tiene derechos, incluidos el de la vida. Puesto que el feto no posee, por consiguiente, el derecho de la vida, puede ponerse fin a su vida, por una buena razón, sin violación alguna de la buena moral.

14). Incluso si al feto se le reconoce el derecho a la vida, es el caso, con todo, que en una colisión de derechos los del feto han de ceder ante los de la madre. Desde cualquier punto de vista, los derechos de la madre tienen preferencia sobre los del feto. En efecto, ella es una persona adulta, que ejerce su inteligencia y controla libremente su vida, con posibilidades y contraídas para con su familia y los demás. Para el feto, en cambio, todo esto es futuro. Vive exiguamente, es inconsciente y es totalmente dependiente. La madre puede vivir sin él, pero el no puede vivir sin la madre.

15). En algunos casos, el niño puede considerarse como un agresor injusto sobre la salud física o mental de la madre. El peligro para la salud física de la madre, en determinados embarazos, es la razón de que la mayoría de los estados permitan el aborto terapéutico. Pero es el caso que la salud mental es exactamente tan importante como la salud física. Convertir el resto de la vida de la madre en una tortura intolerable al trastorno psíquico constituye un precio demasiado elevado en su caso. A la madre le está moralmente permitido defenderse contra semejante perspectiva, y podrá ocurrir que la única defensa consiste en la eliminación de la causa.

16). Al menos en aquellos casos, ahora afortunadamente raros, en los que madre y niño morían con toda seguridad a menos que se abortara al niño, únicamente un legalismo ignorante podría obligar al tocólogo a dejar morir a ambos en lugar de salvar a uno.
Ninguna distinción sutil entre actos directos e indirectos, efectos principales e incidentales, consecuencias deseadas y permitidas, y otras reglas por el estilo deberían adorarse como fetiches mientras está en juego una vida. La necesidad no conoce la ley.

17). No debería existir niño no deseado alguno. En efecto, el niño necesita cariño, y no puede vivir una vida normal sin él. El niño no deseado es un niño no querido. Algunos padres podrán aprender acaso a quererle más adelante, pero incluso el niño podrá descubrir el sentimiento forzado detrás del despliegue afectado de cariño. En muchos casos, no se da ni siquiera esta afectación, y el niño crece rechazando y resentido, para descargar más adelante su despecho contra su propia sociedad o contra la humanidad entera. Semejantes monstruos no deberían llevarse al mundo.

18). ¿Por qué debería estar una mujer obligada a pagar por una indiscreción con muchos años de sacrificio, criando a un niño no deseado, especialmente si el padre puede desaparecer sin dejar rastro? ¿Por qué debería una mujer casada verse estigmatizada y ver arruinada su vida, si su marido podría hacer lo mismo que ella ha hecho, sin ser descubierto? El prejuicio contra el aborto lo han hecho los hombres y debería ser eliminado por las mujeres.

19). La población debe controlarse. Esta necesidad es tan urgente, que algunos derechos individuales habrán probablemente de sacrificarse para el bien mayor, esto es, la supervivencia misma de la raza humana. La contracepción y la esterilización constituirían mejores métodos que el aborto, pero los seres humanos son demasiado irresponsables e incontrolables para eliminar por completo la necesidad del aborto. Más bien que prohibir el aborto, deberíamos fomentarlo, y deberíamos alegrarnos de que se practicara voluntariamente, difiriendo así el momento en que nos veremos en el caso de hacerlo obligatorio. Hemos llegado así al punto de la ética global, en que los problemas menores son rebasados.

Introduccion al tema

El aborto constituye un importante problema moral de nuestros días. La relajación de las leyes contra el mismo, en muchos países, y la propaganda en favor de más relajación lo han puesto a la orden del día. Necesitamos distinguir cuidadosamente entre la moralidad del aborto mismo y la supuesta moralidad de su legalización, a la que nos referiremos más adelante.

El aborto se define como la expulsión de un feto de su matriz antes de que sea viable, esto es, antes de que pueda vivir fuera de la madre. No es el alumbramiento prematuro de un feto viable. El acelerar el nacimiento no es un acto malo si el niño puede mantenerse vivo, pero presenta un riesgo tan grave, con todo, que se requieren razones de mucho peso para autorizarlo. Podrá justificarse acaso por el principio del doble efecto, siendo las razones proporcionadas el peligro para la salud de la madre, del niño o de ambos, si se permite que la gestación llegue a su término natural.

El aborto espontáneo no es culpa de nadie. De lo que aquí tratamos es del aborto inducido, que es provocado voluntariamente. Si se persigue la muerte del niño como fin o como medio, se trata de un matar directo y no de una simple exposición del niño a peligro, porque mediante dicho acto se lo saca del único lugar en donde puede vivir y se le pone en un lugar en donde no puede vivir; no hay manera más eficaz de matar a una persona que ésta. Nadie puede pretender seriamente que el niño muere de causas naturales después que ha nacido, porque no se le ha permitido nacer apropiadamente. Todo matar consiste en contrariar la naturaleza de tal modo que una persona muera de ello.

El principio del doble efecto no tiene aplicación en los casos de aborto directo. El acto mismo es directamente destructor del feto, y el efecto malo esto es, la muerte del feto, no es solamente un efecto lateral permitido, sino que es el medio utilizado para la realización de cualquier efecto bueno que pueda resultar para la madre. Puesto que las dos primeras condiciones del principio del doble efecto no se verifican, no importa que haya o no una buena intención y una proporción suficiente. Resulta inútil, por consiguiente, intentar una justificación moral cualquiera del aborto directo sobre la base del principio del doble efecto. Cualquiera justificación, de ser posible, necesitaría basarse en otros principios.

La situación es distinta si la muerte del niño nonato es solamente indirecta, de modo que sólo sea permitida y no querida como un medio o como un fin. La situación del aborto indirecto se produce cuando la madre ha contraído alguna enfermedad grave (el embarazo mismo no constituye una enfermedad, sino un estado natural) y el único tratamiento viable, ya sea médico o quirúrgico, habrá de tener dos efectos, esto es: la cura de la enfermedad de la madre y la muerte del niño. Este es el tipo de caso al que sí puede aplicarse el principio del doble efecto. En efecto, el niño no es atacado directamente y su muerte, aunque deba seguir sin lugar a dudas, constituye un efecto secundario incidental inevitable de la ejecución de un acto legítimo. La madre misma necesita el tratamiento, sea cual sea el efecto que pueda tener sobre el niño, y la muerte del niño no es un medio empleado para curarla. Aquella tiene el derecho de someterse al tratamiento y está autorizada moralmente para hacerlo. El médico tiene la responsabilidad de decidir si el estado de la madre es realmente patológico y si el tratamiento considerado constituye o no el único remedio eficaz.

Resumiendo las distinciones necesarias para la comprensión de los argumentos, diremos: el aborto puede ser espontáneo, en lo que no hay culpa de nadie, o inducido, esto es, producido voluntariamente. El aborto inducido puede ser indirecto, esto es, la consecuencia prevista pero no querida de hacer alguna otra cosa, o directo, esto es, la expulsión del feto, perseguida como un fin o como un medio. El aborto directo se designa como terapéutico, si el propósito es salvar la vida o la salud de la madre, o como criminal, si el propósito es algo distinto, no aceptado por las leyes. Las dos primeras distinciones son importantes para el moralista por cuanto separan el acto involuntario del voluntario, y el indirectamente voluntario del directamente voluntario. Esta última distinción de la ley civil presenta poco interés para el moralista.